Autor | Heraso |
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ISBN | 9788471019585 |
Edición | 1 |
Páginas | 280 |
Peso | 0.200 kg. |
Año Edición | 2014 |
Bloqueos Nerviosos e Infiltraciones
De una forma coloquial, como si fuera una conversación práctica entre colegas, voy explicando mis experiencias de los últimos veinticinco años con el abordaje del dolor en la Unidad de Dolor del Hospital San Francisco de Asís, de Madrid.
Me formé en España con los doctores Espejo y Madrid Arias, alumnos directos del doctor John Bonica. Trabajando en Roma con el Doctor Arcuri, famoso por su destreza y ausencia de miedo a los riesgos, logré desarrollar cierta cotidianidad en bloqueos nerviosos, haciéndolos prácticamente indoloros e inocuos, hasta el punto que, en un mismo acto clínico, he podido realizar hasta cuatro e, incluso, seis bloqueos.
El doctor Antonio Espejo aconsejaba: «Conociendo bien la anatomía y los puntos de referencia puedes inventarte cualquier bloqueo nervioso que desees. Usa pocos fármacos, pero conócelos muy bien, para detectar rápidamente sus posibles reacciones adversas, si las hay, y conocer siempre los márgenes en los que puedes moverte. Invéntate el material con el que vas a conseguir llegar a donde quieras, en las condiciones que quieras. Elimina riesgos.»
Cuando empecé a dirigir la Unidad de Dolor del Hospital San Francisco de Asís me preocupaban muchísimo las complicaciones que había presenciado como residente en las distintas unidades del dolor, tanto en Madrid, en el Hospital La Paz, como en Roma, en los Hospitales Universitarios Tor Vergata y La Sapienza. Así que, para ahorrar riesgos y complicaciones, tenía muy en cuenta la balanza riesgo/beneficio. Comencé a disminuir las dosis del anestésico local y, desde 10 cm3 de bupivacaína por bloqueo, bajé, con el tiempo, hasta 2 cm3, e incluso hasta 1 cm3 dependiendo del bloqueo, sin alteración del resultado analgésico. Fui añadiendo fármacos regeneradores, antiinflamatorios, antioxidantes, etc., consiguiendo unos resultados espectaculares y sin la menor complicación para los pacientes, ni en la unidad, ni posteriormente.
Como podía practicar varios bloqueos por acto clínico, para que el paciente lo tolerara fácilmente tuve como objetivo disminuir el dolor e incluso la molestia del bloqueo, para lo cual empecé a cambiar de agujas, usándolas cada vez más finas y menos agresivas. Utilizo, además, cloruro de etilo en spray, Cloretilo, para congelar la zona que previamente se va a pinchar. El resultado es que el paciente no se entera.
En las explicaciones de los materiales y fármacos que utilizo soy de una gran sencillez, como podría ser en una conversación con un colega que pregunta: ¿la aguja que usas cuál es, la verde normal intramuscular?, ¿y de ese fármaco, cuántos cm3 pones? o ¿cómo lo puedo localizar y de qué laboratorio es?
Cuando conocí a la Dra. Melzac, de Toronto, considerada una puntera en el tratamiento del dolor, me quede muy decepcionada ya que su discurso terapéutico no iba tan encaminado a bloqueos nerviosos agresivos como hacia los problemas psicosomáticos del paciente. En Tacoma, Seattle, cuna de John Bonica, inventor del bloqueo nervioso, me pasó lo mismo: los tratamientos se decantaban hacia el conocimiento de la psicosomática del enfermo. No entendía ese cambio. Nunca pensé que, al cabo de los años, mi práctica médica me iba a conducir por los mismos derroteros.
Cualquier médico que sepa «pinchar», escuchar al paciente y esté deseoso de eliminar su dolor está en condiciones de llevar a la práctica este manual de ayuda en el tratamiento del dolor crónico benigno.
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